Viaja a través de la historia; tendencias de maquillaje y belleza a lo largo de los años (FOTOS)

Desde los antiguos egipcios hasta las más bellas romanas y sus modas extravagantes 

La moda en belleza femenina es muy interesante, aún pese a que parece que todos los rostros del mundo se han unificado en lo que se conoce como “rostro de Instagram” por lo que todas las tendencias de maquillaje son iguales y encaminan a lo mismo.

No se respetan los rasgos diferenciados que vayan más allá del “americana exótico” con labios grueso, narices perfiladas, cejas pobladas y bien contorneadas y unos ojos grandes y profundos (de preferencia de color verde o azul).

En cuanto al skincare la moda coreana es la que impera aquí, en la antigüedad no se había prestado tanta atención al cuidado de la piel como se hace ahora, muchas cosas han cambiado.

Influencers

Con la revolución del Internet y las redes sociales, las y los influencers de belleza se han posicionado con sus contenidos convirtiéndose en unos de los más importantes del Internet. 

Tutoriales de maquillajes en tendencia, colorimetría, peinado, skincare, etc. Algo que ha cambiado más que nada es la liberación del maquillaje, porque tan solo en los años 30, el maquillaje era un tema tabú. 

Para demostrar a los padres que desaprobaron los labios rojos y los ojos delineados, la autora de este artículo (Dora de la Fuente) realizó un recorrido histórico por el uso de maquillaje. 

No es de hoy la moda del maquillaje 24 de marzo de 1938. Por Dora de la Fuente Los padres de las chicas ultramodernas suelen expresar su desaprobación por todo lo que concierne al maquillaje.

Pase cuando aquéllas se dedican a enrojecerse los labios y a retocarse los ojos con entusiasmo siempre renovado, pero aparte de eso es indudable que un pequeño arreglo y un discreto maquillaje no significan necesariamente un alarde condenable del modernismo. 

En primer término, porque disimular defectos, realzar la gracia, crear belleza, equivale a ser, antes que moderna, femenina, y en segundo término, porque el maquillaje o simplemente la "pintura", no es cosa moderna. La historia nos demuestra que las mujeres han recurrido a los afeites desde épocas antiquísimas. 

Así, en el Louvre y en el British Museum se encuentran potes de pomadas que usaban las egipcias para teñirse cejas y labios. 

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Fueron ellas quienes comenzaron a pintarse los párpados con un verde de antimonio y también ellas quienes se alargaban los ojos con un trazo que llegaba hasta las sienes, completando la coquetería con el Ojo de Horus, una espiral trazada en el párpado, que conjuraba la mala suerte. 

También los caballeros romanos preferían las rubias Díjose de una rubia hermosa, que era digna de ser morena, y quédenos la frase para consuelo de todas las morenas. Pero no fue ciertamente un romano quien la pronunció, porque ellos, ¡ay!, preferían las rubias. 

Y así las hermosas mujeres de aquel tiempo optaron por los cabellos rubios. Por otra parte, los romanos admiraban y copiaban todas las modas de los griegos y éstos daban el cetro a la belleza rubia. 

Es fácil explicarse el porqué: a Dionysos, Afrodita, Apolo y a la mayoría de los dioses se les atribuía espléndida cabellera de color dorado; luego, para ser perfecto, era necesario ser rubio. 

¿Cómo hicieron las damas romanas para estar a la moda? 

Se dice que cortando el cabello de esclavas rubias y haciendo con él complicadas pelucas. Más tarde, las romanas aprendieron a empolvarse y a colorear sus mejillas con una preparación llamada "fucus". 

Por lo demás, la moda de los cabellos rubios se acrecentó con el tiempo, ya que las referencias que al respecto nos han dejado los poetas y artistas medievales no dejan lugar a dudas. En cuanto a las recetas de belleza, no costaría mucho trabajo reunir algunos antecedentes sobremanera interesantes. 

En la Bodleian Library de Oxford existe un librito llamado el "Treasure de Evonymus", publicado en 1559 y traducido del latín por Peter Morvyng, del Magdaline College de Oxford. Este libro contiene todo un capítulo referente a las aguas para teñir el cabello y otro relacionado con el cuidado del cutis. 

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Es que la belleza del rostro y la belleza de su marco natural, el cabello, fueron siempre preocupaciones de la mujer y motivo de polémicas y de reyertas familiares. Muy por el contrario de lo que pudiera creerse, el autor de este libro no habla de los afeites para condenar su empleo, sino que demuestra su aprobación al respecto. 

Entre otras muchas recetas figura una para teñirse los cabellos de color verde, pero es poco probable que se trate de una moda, y más bien cabe suponer que es una preparación destinada a quienes personificaban a las gráciles ninfas de los ríos en las representaciones y mascaradas de la época. 

Aparte de eso, el mismo Peter Morvyng recomienda por su cuenta una preparación diciendo que era "lo que usaba Isabel de Aragón". Por lo categórica y por lo persuasiva (¡quién no iba a emplear el producto que había usado una reina!), la frase hace pensar que Peter Morvyng pudo haber sido todo un experto en publicidad.

Los croquiñols del siglo XVIII 

Es realmente raro que la mujer del siglo XVII y del XVIII, con todo su amor por lo artificioso, el cabello empolvado y las mejillas rosadas, no pensara en teñirse las uñas.

Una carta enviada desde Constantinopla por lady Mary Wortley Montagu, menciona el hábito de las mujeres turcas de colorearse las uñas de rojo, pero sin manifestar por ello mayor entusiasmo. Por lo demás, en esos siglos las pelucas constituían la gran preocupación femenina. 

Peinados enormes, complicadísimos, que remataban en un galeón cuando no en un travieso amorcillo o en un verdadero cesto de flores y frutas. 

PINTEREST/LA MODA EN EL SIGLO XIX.

De esa época (1782) es un libro de James Stewart, en el cual figura, entre otras recetas, una pomada para el cabello, compuesta de grasa de ternera, sal, jabón, miel e infusión de cebollas. Ya que el autor no menciona qué perfume tenía el poder de disimular el olor de las cebollas y de la grasa, todo hace suponer que no debe haber encontrado muchos interesados en su preparación. 

En el mismo libro hay una explicación detallada de cómo debe hacerse para ondular el cabello. No es una permanente aplicable al cabello natural, sino a los postizos, los que se envuelven en cilindros de madera. 

Una vez que se ha dado al rulo la forma deseada, se le envía a casa del ayudante. Este era nada menos que un maestro pastelero, y su misión consistía en envolver los bucles en sobrantes de la masa empleada para sus prodigios de pastelería, poniéndolos luego en el horno. 

Y algo de analogía tiene eso con la permanente de nuestros días. En efecto, también ahora se envuelve pacientemente el cabello hasta obtener un bucle, y por cierto que en ese momento quedamos sencillamente ridículas. Pero nada más que ridículas. 

No "horrorosas", como decimos nosotras. Y en cuanto a la segunda parte del proceso, cuántas veces una dama, sofocada bajo el secador, habrá dicho a la ayudanta que esgrime una pantallita inverosímil: "¡Uf, esto es un horno!". 

Como se ve, modas y recetas absurdas o decididamente disparatadas, que nos hacen pensar que la preocupación de la mujer por el arreglo de su persona no es patrimonio exclusivo de la chica moderna. 

Con información de SUN 

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